Por Julián Jiménez Amorín
En El Arenal aún subsisten alrededor de una treintena de eras de piedra, repartidas por todo su término municipal, coronando cerros y altozanos, sabiamente orientadas, buscando el escaso aire que en las tardes de los meses de julio y agosto baja de la sierra, para poder aventar el grano que hasta hace pocos años se recogía en esta población.
Algunas tienen varios siglos (posiblemente el conjunto de cuatro eras del Cerrillo, sean tan antiguas como lo es El Arenal) y aún conservan ese aspecto de lugar mágico y familiar a la vez, a pesar del abandono en que se encuentran la mayoría de ellas. Un abandono casi imperceptible, a la vez que por mimetismo con el terreno.

Las eras tienen todas forma circulares, se construyeron nivelando el suelo y utilizando grandes losas planas. Su diámetro es, aproximadamente, de 8 a 10 metros y el exterior del círculo está redondeado por piedras labradas en los bordes internos, para evitar que el grano se pierda y a la vez, sirve de tope para trilla.
Esta gran cantidad de eras salpicando todo el término municipal, hace suponer que el cultivo de cereales estuvo en otras épocas muy extendido, y sin embargo según datos del Catastro del Marqués de la Ensenada de 1752, 20 años después de concederse a esta población el título de Villa, se hace constar que no se sembraba trigo, por hacerse en tierras de arenas, donde los suelos son más ricos y proporcionaban mejores rendimientos (datos éstos, consultados del libro “El Arenal, contribución al estudio geográfico de la vertiente meridional de Gredos. De Miguel A. Troitiño Vinuesa).
Sin embargo, en este mismo catastro, para una población de 843 habitantes residentes en El Arenal, vivían de la profesión de molineros cinco vecinos. Si se sembraba en mayor cantidad el centeno y la cebada, aunque tampoco de forma muy intensiva, pues, según este censo, sólo se dedican a este cultivo 70 fanegas de terreno, repartidas en 137 parcelas, lo que suponía un 5,30% del total de las tierras de labor.
Tan sólo una de las 34 eras de piedra contabilizadas –seguramente habrá más, pero algunas de ellas, posiblemente, estén anegadas por los pinos y la maleza y por lo tanto de difícil localización- está construida por debajo de la ubicación de El Arenal. Esto explica que, aparte de situarlas buscando la mejor posición para aprovechar la brisa de la tarde, se utilizaban, principalmente, para trillar centeno y cebada, gramíneas adaptadas a la altura, mejor que el trigo.

A medida que fue creciendo la población del municipio, aumentaron también las parcelas roturadas, ganadas a las tierras comunales para satisfacer las necesidades del municipio y, por supuesto, aumentó también el terreno dedicado al cultivo de cereales. En 1945, El Arenal alcanzaba su más alta cota de población, con 2.365 habitantes; por entonces, la superficie dedicada sólo al cereal de secano, ocupaba una superficie de 91 hectáreas (un 10% del total dedicado a tierras de labor). Lejos de las 199 que correspondían al castañar, pero más del doble de las ocupadas por la viña y el olivar.
Es entonces cuando las eras tienen su aprovechamiento máximo. Las necesidades de tan alta población, llevan a sus habitantes a sembrar en zonas de alta montaña. Se hacen “Rozas” (roturaciones para sembrar centeno) en zonas ocupadas. Hoy día, se hacen por el monte público e incluso algunas en plena sierra, por encima de los 1.500 metros.


Es a partir de 1959, con la masiva emigración a Francia, cuando empieza el lento abandono del campo y por supuesto, comienza a la vez el ocaso de las eras de piedra, al dejar de sembrar cereales. Sin embargo, las eras no desaparecen, de las 34 contabilizadas sólo una no existe, por haber construido en su lugar un edificio dentro del casco urbano, en la zona de los Molinillos. Las otras están ahí, unas en mejores condiciones que otras, pero desafiando todas el tiempo, orgullosas de haber soportado en otros tiempos el incesante girar del burro con la trilla y algarabía de los niños, jugando entre las espigas en las tardes del verano.
Nota.- Este artículo es transcripción del publicado en la revista Fiesta de Verano del año 1994. Páginas 17-18. Se complementa el texto acompañándole de fotos relacionadas con la temática del artículo.